por eso tengo que volver
a tantos sitios venideros
para encontrarme conmigo
y examinarme sin cesar,
sin más testigo que la luna
y luego silbar de alegría
pisando piedras y terrones,
sin más tarea que existir,
sin más familia que el camino.
Pablo Neruda
Fin del mundo (el viento)
domingo, 29 de marzo de 2009
sábado, 21 de marzo de 2009
la danza de las libélulas
Ahora parece que yo debo mirar hacia el mar, descubrir la noche y su reflejo entre los botes. Mañana vas a encontrar una flor que te dejé, contra el pecho abrazarás su suave fuego. Y en una danza sutil, libélulas del jardín, cruzarán en cielo de tus sentimientos. Es decir, belleza que quiero olvidar, me llama, me viene a buscar, me hace soñar. Es decir, que con la violencia del mar, quisiera volver a besar, hasta sangrar. Y aunque hace años que yo vivo tan lejos del mar, siempre vuelvo al pueblo donde lo imaginé hace tiempo.
viernes, 6 de marzo de 2009
Condición humana
Pasé una noche agitada. No pude dibujar ni pintar, aunque intenté muchas veces empezar algo. Salí a caminar y de pronto me encontré en la calle. Me pasaba algo muy extraño: miraba con simpatía todo el mundo. Creo haber dicho que me he propuesto hacer este relato en forma totalmente imparcial y ahora daré la primera prueba, confesando uno de mis peores defectos: siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada, nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración ( no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión ( sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero en general, la humanidad me pareció siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía pintar durante una semana el haber observado un rasgo; es increíble hasta que punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez y en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir. Sin embargo, quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosería. Pero he dicho que me propongo narrar esta historia con entera imparcialidad, y así lo haré.
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